Creadora de un programa de rehabilitacion de presos con perros
LA CONMOVEDORA HISTORIA DE LA HERMANA PAULINE
Pauline fue invitada por el doctor Juan Enrique Romero para participar del Congreso sobre los animales y su impacto en la salud, realizado en Buenos Aires.
La hermana Pauline Quinn -o sister Pauline como la llaman todos- llegó al país invitada por el doctor Juan Enrique Romero, médico veterinario y docente universitario, para participar del II Congreso sobre los animales y su impacto en la salud. Allí dio una conferencia ante 300 personas que la aplaudieron de pie, un hecho de lo más inusual en un congreso de profesionales. Con su estilo jovial y cálido, Pauline relató su historia de vida de increíble crudeza. Nació en Santa Mónica, California, en el marco de una familia "disfuncional". Su padre abandonó el hogar cuando ella aún era una bebé. Su madre, con problemas con la bebida, volvió a casarse. El maltrato físico y verbal de su padrastro era común. "Sabían mantener las apariencias muy bien -recuerda hoy Pauline para Pronto-. Nadie se daba cuenta de lo que pasaba en casa. Para la gente, la con-flictiva era yo". A los 12 años Pauline (en ese momento aún era Cathy, su nombre de pila) abandonó su casa por primera vez, "Me encontraban y me llevaban de vuelta. Era una niña muy tímida". Los únicos recuerdos felices de esa época los tiene con su amiga Cathy Quinn (tienen el mismo nombre), «hija del actor Anthony Quitan: "Su padre no la quería porque deseaba tener un varpn. En su casa la trataban muy mal. Eramos compañeras de escuela y los mejores momentos los teníamos cuando íbamos a cabalgar juntas. Era casi lo único que nos daba felicidad en la vida a las dos". Cathy dejó el colegio secundario, vivió en casas abandonadas y entró al sistema de internados.
"Pasaba de un instituto a otro. Fui torturada, traumatizada y abusada", relata. A los 16 volvió a vivir en la calle y sufrió su experiencia más terrible: el policía a cargo de la cuadra donde ella vivía, el hombre que se suponía tenía que cuidarla, la violó. Quedó embarazada, tuvo una niña, e incapaz de hacerse cargo, la dio en adopción. "En ese momento -recuerda- mi autoestima desapareció por completo. Me volví sumamente vulnerable. Casi no hablaba con nadie. De hecho, la gente me evitaba. Me aferré a un solo deseo: quería tener un perro". Un vecino de la cuadra se compadeció de ella y le regaló a Joni, una cachorra de ovejero alemán. Joni se volvió una amiga leal que le respondía incondicionalmente. Fue el principio del milagro: las personas que antes la evitaban comenzaron a hablarle, le preguntaban por Joni, le ofrecían alimento para la perra y ropa para ella. Cathy pudo empezar a reconstruir su autoestima y fue perdiendo el temor que sentía permanente. Hoy dice que nunca llegó a perder la fe en Dios y que cuando pasaba sus peores momentos se juraba ayudar a otros si lograba salir adelante. Venía de una familia de mormones, pero encontró el auxilio que necesitaba en las monjas dominicas. Tomó los hábitos y se convirtió en "sister Pauline". Su experiencia personal con Joni, su perra, le indicaba que el contacto con los animales podía ayudar a superar casi cualquier situación. Junto a dos expertos en comportamiento canino y un veterinario, hizo una prueba piloto en una cárcel de mujeres que fue un éxito. Con el apoyo de entrenadores profesionales, un grupo de reclusas aprendieron a trabajar con los perros. Esas mujeres tuvieron cambios tan positivos que la experiencia, tras un extenso debate en el gobierno, se volvió un programa nacional: Dog Prisión Sistem. Era el año 1981. Hoy la experiencia se reproduce en más de 300 cárceles de Estados Unidos -sólo en el estado de Ohio hay 33 funcionando-. Pauline es la encargada de dar los primeros pasos y con el tiempo la experiencia se vuelve autónoma. Al principio, no todos fueron éxitos, no faltaron los presos que tuvieron problemas con los perros, pero el alto grado de sociabilización que se alcanzaba en la mayoría de los reclusos llevó a instalarlo como un programa oficial. Pauline fue invitada a repetir la experiencia en otros lugares y así es que hoy se aplica en Italia, Kenia, Uganda, El Salvador y México. En algunos países se lleva adelante con refugiados y niños discapacitados. Casi siempre se trabaja con perros abandonados, debidamente seleccionados, que son entrenados para asistir a personas ciegas o discapacitados motrices. Tras un promedio de 15 meses de entrenamiento, los canes aprenden a recoger objetos (pueden hasta levantar monedas del piso), abrir puertas o la heladera.
También traer un teléfono cuando suena e incluso actuar de bastón. De hecho, la propia Pauline, que fue operada de la cadera, hoy se moviliza con la ayuda de Remi, una doberman que la acompaña a todos lados. Los perros son entregados en forma gratuita, lo que le otorga al programa un triple beneficio: no tiene costo para los beneficiarios, da un oficio y contención para los presos y consigue un hogar para muchos perros callejeros.
Pauline se llevó de allí la promesa de que su programa comenzará a aplicarse en las cárceles argentinas. Ella sabe por experiencia que no será fácil sacarlo adelante. "Pero con fe y mucha insistencia -asegura-, siempre se puede lograr lo que uno se propone".
Vie, Sep 11, 2009 General, Noticias Ferrocarriles